Mi Camino

Así me levanté una mañana confusa. Con ese vacío por dentro de no saber que es lo que va a pasar enseguida después. Abrí los ojos en un lugar tan extraño que no sabía realmente donde estaba. Me aceleré de repente y corrí hacia la ventana dando un traspié, para recordar con el frío prístino de la mañana, que estaba amaneciendo en las tierras mojadas de Galicia. En seguida sentí calmar mis latidos aun sin reconocer nada de lo que estaba a mi alrededor, pero sabiendo que estaba en el sitio correcto. Como una corazonada, esas cosas que se le asignan a la intuición. El despertar de eso que parecía ser una pesadilla, ahora abría espacios para soñar con El Camino de Santiago. Sin embargo estaba asustada esa mañana en que desperté solitaria en un lugar completamente ajeno. Si claro que si. Sentí un cosquilleo interior que me hizo sonreír entre la angustia y la incertidumbre de no tener el control de nada. Todas mis otras mañanas parecían ahora tan lejanas e inexistentes. Había llegado a un lugar realmente mágico, de esos que parecieran cubiertos de un polvo dorado, escarchoso. Expuesto afuera detrás de la ventana: un paisaje bañado de niebla blanca de madrugada, que veía fumarse con estilo en la distancia, y yo estaba allí con el propósito de introducirme en ella y bebérmelo todo, como un cáliz capaz de librarme de mis pecados, y de todas mis ausencias. Cerré la ventana de prisa y me fui a vestir.

Entonces ya no eran interrogantes de a quien me encontraría en aquella aventura, mucho menos que sacaría de aquella experiencia. Apunto de empezar a caminar  «literalmente», ya no estaba segura de nada, no solo la razón de dicha travesía, sino que zapatos ponerme cuando únicamente tenía una sola opción. Me cuestionaba el porque de aquella decisión tan planificada en mis sueños, pero que había pasado el tiempo archivada en la carpeta ¨bucket list¨, y que ahora estaba a punto de ser tachada, no podía esperar más. Me convenzo una y otra vez que no hubiese sido posible de otra manera.  Pero allí estaba en el kilómetro uno de los que se irían sumando con los días… seguramente muchos más, uno tras otro repetidamente avanzando por las tierras mojadas de Galicia. No había que pensarlo mucho, por segunda vez en la mañana me encontraba frente a una sola opción y esa era empezar a caminar. Así comencé mi día siguiendo la primera flecha que vi pintada de amarillo.

¿Cuánto seria hasta el próximo lugar? me pregunté minutos más tarde ¿Me detendré cuantas veces? ¿dónde iré al baño?

¿y la copita de tinto?… ¿es antes o después? pero enseguida supe que no, que ya basta! que lo dejara ir, que no más!

Si había un lugar en el mundo donde era posible desconectarse de todo el resto, era ese. Eso incluía por supuesto el querer tenerlo todo calculado. Decidí meter en un globo virtual cada interrogante que fuera surgiendo y las iba empujando en un flote poco a poco y fuera de mi cabeza. Por ultimo me inventé una barrera con la capucha negra de mi impermeable que no las dejaba entrar. En ese momento justo comenzó a llover.

Resulta que la lluvia se volvió un torrencial que acabó con mi kiosco completo: el morral, la gorra, el termo de agua, el bastón, la capucha. El agua me salía de todos lados, por debajo del pantalón, goteando por mi pelo y entre las medias. Calada hasta los huesos el pie derecho comenzó a dolerme en incremento. La temperatura bajó de forma radical, y el día se escondió tras un telón pesado gris oscuro. Y yo sin GPS y en el medio de la nada era poco lo que podía verse, mucho menos conversar con alguien y preguntar. Alguien que me diga por favor cuanto tiempo falta hasta Portomarín. ¿Y donde es que pasaré la noche? ¿Dónde secaré esta ropa? ¿Y los zapatos? recordé una vez más que eran mi única opción mientras me examiné de arriba abajo con un gesto de asco y angustia. ¿Habría una plaza con gente a quien preguntar? ¿Una secadora de ropa? alguien que por favor se apiade de mi, un ángel que caiga del cielo, algún santo sin oficio. ¿Pero es que a donde es que iba yo? Y entre el torrencial de lluvia, el frío casi invernal, las medias mojadas y los zapatos apretados, el pelo frío y goteante, la nariz roja y húmeda, y los ojos apunto de llorar, supe que una vez tenía que abandonarlo todo y dejarme ir. No solo porque era realmente un aprendizaje de esos que nos manda el destino, sino porque simple y llanamente no tenía otro recurso que seguir caminando. Así como todo en la vida, al mejor estilo de Johnnie Walker.

Aun sin dejar el ritmo de mi paso comenzaban los respiros más profundos mientras entendía que ese era sin lugar a duda, uno de los objetivos más importantes y quizás la lección principal de todo ese viaje. Dejarme llevar en todo momento y como más pudiera. Debía ser vigilante y estar atenta de todo detalle en el camino para no perderme de nada. Eso incluía cualquier condición que le diera la gana al tiempo, así como la inclinación del terreno, y las horas en mi reloj que si estaban faltando o sobrando. Abandonar el deseo de saberlo todo y dejarme sorprender. Aun así se me  estaba haciendo difícil en ese momento y no la estaba pasando bien. Pensar que aquello que parecía mi propia tragedia era realmente un detalle comparado con sufrimientos reales. Mas bien una obra de la propia naturaleza disfrazada en una bendición.

Seguí caminando sin detenerme y como era de esperarse llegue al destino final de esa jornada unas horas más tarde. Y hay otros cuentos y más detalles pero eso sería mas bien un libro que habría que escribir. Pasé la noche en la que aun lloviznaba en una posada hermosa recibida por una familia amable y acogedora. Solo había cabida para el agradecimiento y dar las gracias y luego agradecer. Desaparecieron las quejas, y la importancia atroz de tener la ropa mojada, o un (leve) dolor en el pie derecho, y una ampolla en el dedo haciendo buches con agua. Estaba sonriendo y había sobrellevado ese primer día lleno de imprevistos y bajo condiciones ingratas cuando se está caminando por muchas horas y en solitud. Vaya recibimiento pensé mientras reía en mis adentros agradeciendo una vez por todo lo vivido y por encontrarme ahora resguardada en aquel lugar.

El día siguiente amaneció frío y nublado con una llovizna que parecía estar contenida en una botella de spray. Tenia conocimientos de que la provincia era lluviosa y con el Cantábrico tan cerca me la imaginaba siempre húmeda. Invoqué a San Isidro por no dejar y le pedí a través del cristal de la ventaba que por favor hoy sí que me hiciera el milagro. Aunque pensándolo bien y después del día anterior… ¿qué peor podría ser las cosa? ahora estaba mejor preparada, como si aquello me hubiera dado una primera capa, un caparazón de tortuga, un escudo de hierro. Lista para cualquier cosa. ¿Acaso no estaba en el Camino de Santiago? algo bueno y maravilloso tenia que pasar. De nuevo le pedí a San Isidro (por no dejar)  por un rayito de sol y me fui a vestir abrigando mi cuello con una bufanda de lana. Luego amarré bien mis zapatos todavía húmedos, al fin y al cabo eran mi única opción, y lo que sabía ahora el instrumento más importante de toda la jornada.

Salí apresurada de la estancia y me dejé cubrir por el rocío mañanero mientras un soplo de aire frío me llenaba de a tope los pulmones. Era un lugar muy fresco en la mitad del campo, en el medio de la nada. Escondido como un lunar entre los brazos del ejido. La naturaleza. Agradecí repetidas veces en el eco purificante de mis respiros. Y me dispuse a caminar tras las flechas amarillas y las caracolas, que se convirtieron en mi único guía durante los próximos seis días. Era un camino recorrido año tras año por tantos peregrinos que vienen de muy atrás tanto en tiempo como en distancia. Cada pisada representaba una historia que se le era posible contar al paisaje como en un secreto, para quedar sellado en su vasta inmensidad.

Supe entonces que las mañanas de Galicia eran todas distintas y que no todas eran precisamente mojadas. Hubo varios días de sol y los campos se pintaron de los más vivos colores. Una madrugada caminé sobre la niebla como en una nube, mientras un cielo de un azul muy oscuro mostraba las estrellas de la noche anterior. Y el respirar profundo y a cada rato se vuelve algo habitual. El ojo de turista no deja de ser permanente y mientras se va caminando se va viviendo como si no hubiese absolutamente más nada que hacer, siendo por primera vez algo literalmente cierto. Y entre las nubes no se me ven mis únicos zapatos pero puedo intuir el lugar donde están pintadas de amarillo las flechas, o las conchas de mar que ahora van por tierra, o mas bien detrás de aquel peregrino que diviso más allá en la distancia. Soy parte del sentido común que hay en todas las cosas alrededor de mi, formo parte de ellas. Caminando, voy que me camino a cada rato sin pensar, respirando hondo, con los ojos abiertos grandes-alertas-vigilantes. En ocasiones los cierro cuando rezo; o cuando me dejo llevar a los extremos en muchas cosas.  Y esta sonrisa que llevo pintada desde que salió el rubio para iluminarme el cielo, no me abandona. Avanzo un poco más entre los pinos del bosque, los jugadores de basket del equipo de Dios, y luego una recta que veo en la distancia…, creo que escucho un río, no lo sé porque nunca he pisado esta tierra, camina un poco más. Nada se espera cuando cada día es diferente.

Los demás peregrinos parecen que son todos amigos desde la infancia, incluyéndome. Cuando me da por hablar les hablo o me hablan a mi esporádicamente ¨buen caminouuu¨, muchos con un fuerte acento que se les ve de por encima que vienen de muy lejos.  Me encanta y yo también lo pronuncio así cuando los veo pasar ¨buen caminouuuu¨. Mientras sigo soltando peso al caminar, cuanto más sonrío. Ahora me siento flotando y de repente hay un silencio total que me enamora del todo hasta de mi misma por estar allí. Por ser tan brillante y haber tomado la decisión de ir, y el valor de haberlo hecho realmente.

Me doy cuenta que todo el mundo es capaz de hacerlo de tener la voluntad. Sin embargo hay un ingrediente importante que todos deben llevar consigo y es la disposición de poner el resto de la vida en pausa por el tiempo que se esta caminando, por lo que dure la aventura, el peregrinaje. Hay que estar consciente que en realidad no hay mapas, ni tiempos, mucho menos distancias marcadas en kilómetros sobre un papel. Rumbo fijo parecer ser lo ultimo que existe en esta travesía, y cuando finalmente se llega a la ciudad de Santiago, tal vez de las ciudades más bellas que he visitado, se siente fuerte que nada más nunca volverá a ser igual. Esa ciudad tan única y maravillosa representa un final estrictamente físico, quizás mejor dicho represente el verdadero comienzo de todo.

El Camino de Santiago fue perdiendo algunos sentidos y recobrando otros simultáneamente. «No me cabe la menor duda que hay que ir para dejarse ir.» El momento perfecto de poner la mente en blanco y flotar río abajo, así como el fluir del agua. Había que vivirlo para entenderlo así. No eran únicamente sus bellos paisajes que me dejaban siempre boquiabierta, ni la libertad que estando en ellos sentía. Ni la belleza en sus pueblos remotos que iba dejando atrás con sus ricas cocinas. Ni los bosques, y los campos abiertos, ni la inmensidad de especies, y sus colores tan distintos dependiendo el momento del dia… y sus noches frías, tan nítidas y llenas de estrellas. Ni el olor crudo a la tierra fértil, ni a leña recién cortada, y las fogatas botando humo en la lejanía. Ni llegar por ultimo a esa hermosa ciudad, y entrar en su grandiosa catedral y sentir en el centro del pecho que definitivamente hay algo más grande. Ni la amabilidad de su gente que se desborda a orillas del camino, y sus peregrinos determinados siempre y con la mejor actitud, un verdadero ejemplo de todos entre si. El Camino de Santiago lo es todo junto, una totalidad. Una orquesta sinfónica que hace la más bella melodía. Es el collage que intento pintar entre letras y oraciones para hacer creer a quien las lea, que es una gran experiencia para todo aquel que sabe callar mientras anda lentamente paso tras paso. Para aquel que esta dispuesto a caminar sin mirar atrás ni por un instante, a menos que sea únicamente para medir aquello que se ha recorrido en la vida… y no lo que aun queda por caminar.

Como verán no fue que escribí un diario, saqué una simple conclusión.

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